¿Sabías que…?

El Synodus Horrenda. Un episodio escalofriante en la historia del papado medieval (897 d. C.)

Roma, inicios del año 897. Dentro de la basílica lateranense una escena horrible está teniendo lugar: sentado sobre un trono, se encuentra el cadáver del papa Formoso, fallecido en abril del 896, vestido con las ropas y dignidades pontificias. Está siendo juzgado por perjurio y acceso ilegal al trono petrino, señalado directamente por el pontífice reinante, Esteban VI (896-897), que actúa bajo la influencia de Lamberto II de Spoleto, emperador de romanos, y Ageltruda, su madre.

El Synodus Horrenda (o, en castellano, «Concilio Cadavérico») es, con bastante probabilidad, uno de los episodios más oscuros del papado. Cronológicamente, se encuentra enmarcado dentro del conocido como saeculum obscurum («siglo oscuro»), un periodo que abarca poco más de un siglo y medio, tradicionalmente fechado entre el 888 y el 1046. En palabras del cardenal e historiador oratoriano Cesare Baronio (1864: vol. XV, 467), se trata de una época que «por su aspereza y escasez de lo bueno, fue llamada Edad de Hierro, por abundancia del mal que la convierte en plomiza y, por la falta de escritores, que la hace oscura».

El presente trabajo, tiene como misión reconstruir este macabro episodio especialmente llamativo dentro de la historia del papado medieval, con particular atención a sus antecedentes y contexto. A través de diferentes publicaciones y crónicas de varias épocas, se busca exponer y reflexionar sobre los motivos políticos que provocaron que, en los fríos meses invernales del 897, la ciudad de Roma fuera el escenario de un sumarísimo juicio a un pontífice fallecido.

La corona imperial disputada: de Lotario I a Carlos el Gordo (840-887 d. C.)

En el agosto del año 843 se firmó el conocido Tratado de Verdún. Mediante este acuerdo, los tres hijos de Luis I el Piadoso, nietos del emperador Carlomagno, se repartían el Imperio Carolingio, poniendo fin a una disputa que había comenzado tras la muerte de su padre, en el 840. El Regnum Francorum quedaba dividido en tres zonas, repartidas de la siguiente manera: Lotario I, el primogénito, recibió la Francia Media, que se correspondía con el norte de la península itálica y la zona actual de los Países Bajos, Lorena, Alsacia, Borgoña y Provenza; además, al ser el hijo mayor, continuó siendo emperador. Luis II el Germánico, segundogénito, obtuvo el control sobre el Reino de los Francos Orientales, territorio que, siglos más tarde, fue el germen de la Alemania que conocemos. Por último, Carlos II el Calvo, el menor de los tres, se quedó con el Reino de los Francos Occidentales, cuyas fronteras se engloban dentro de la actual Francia (Ganshof, 1971: 289-298; Riché, 1983: 160-169; Halphen, 1992: 255-269; Engels, 1994: 49-50).

Desde ese momento, cada uno de los tres reinos en los que se dividió el continente europeo tuvo su propia sucesión interna. Tradicionalmente, el papado –mediante una solemne ceremonia en la basílica de San Pedro del Vaticano–, concedía la corona imperial al rey de la Francia Media, reino que, a la muerte de Lotario I en el 855, a través del Tratado de Prüm, se volvió a dividir en tres partes, cada una para uno de sus hijos: a Luis II el Joven le correspondió el Reino de Italia, antesala de la dignidad imperial; a Lotario II, la zona norte y, finalmente, a Carlos el territorio de la Provenza y la Borgoña Cisjurana (Halphen, 1992: 293-294).

Tratado de Verdún (855 d. C.). División de los territorios del Imperio Carolingio entre los hijos de Luis I el Piadoso
Tratado de Prüm (855 d. C.) División del Reino de la Francia Media entre los hijos de Lotario I

 

 

 

 

 

 

 

 

Luis II el Joven, emperador de romanos que había sucedido a su padre Lotario I, murió sin descendencia en Ghedi (Lombardía), durante el verano del 875. La corona imperial quedaba vacante y disputada por sus dos tíos, Carlos el Calvo y Luis II el Germánico. Los estados papales, gobernados desde diciembre del 872 por Juan VIII, volvieron a estar a merced de los ataques sarracenos que venían sufriendo desde hace décadas, y el chaqueteo del ducado de Spoleto, a veces aliado junto a los musulmanes, y a veces socio fiel del papado. El candidato preferido por el papa, previa deliberación con el pueblo romano, fue Carlos el Calvo, quien antes de ser elevado a esta dignidad debía ser coronado como rey de Italia, según marcaba la tradición (Halphen, 1992: 344-345).

El pontífice, sin tiempo que perder, envió a Pavía una comitiva de tres legados, encabezada por Formoso, entonces obispo de la sede suburbicaria de Porto. Su misión era reunirse con Carlos el Calvo y acompañarlo a Roma para celebrar la ceremonia de coronación, que tuvo lugar el 25 de diciembre del 875 (Gregorovius, 1895: v. III, 171-173; Gatto, 2004: 218-220; Groth, 2017: 122-127). Sin embargo, esta elección no fue bien recibida entre los eclesiásticos y dirigentes civiles de Roma, quienes eran más partidarios de Luis II el Germánico y veían en Carlos un emperador débil contra el musulmán, contrario a la independencia del pueblo romano y elegido por capricho del papa mediante supuestas corruptelas (Gregorovius, 1895: v. III, 174-176; Gatto, 2004: 219-221; Rendina, 2015: 235).

Formoso era uno de los dirigentes de este grupo rebelado filo germánico, en el que se encontraban algunos nobles romanos y oficiales del palacio papal muy cercanos al poder. El 19 de abril del 876, Juan VIII convocó un sínodo en el Panteón para juzgar algunos altercados promovidos por la facción germana, ocurridos durante su viaje a Pavía para presentar al nuevo emperador a los obispos y nobles del Reino de Italia (Gregorovius, 1895: v. III, 175 y 177). El veredicto final de este sínodo fue amenazar de excomunión a Formoso, que había huido de Roma, y el resto de los instigadores, obligándoles a comparecer ante él para explicar lo sucedido. En agosto del 878, Juan VIII huyó desde Roma a Francia para refugiarse de Lamberto de Spoleto y Adalberto de Toscana, proclives al partido germánico, quienes habían sitiado la Ciudad Eterna para presionar al papa.

En el concilio organizado aquel año por el pontífice en Troyes, Formoso quedó formalmente excomulgado –junto a Lamberto y Adalberto, que habían hecho prisionero al papa en el Vaticano después de su entrada en Roma–, despojado de su sede, reducido al estado laico y condenado a no poder entrar nunca más en Roma. Los siguientes años, a partir de la muerte de Carlos el Calvo en octubre del 877, estuvieron marcados por el aumento de poder del ducado de Spoleto; las nuevas guerras contra los musulmanes para defender los territorios de san Pedro y, por último, la búsqueda de un nuevo emperador, capaz y poderoso, entre los reyes europeos, que finalizó con la elección de Carlos III el Gordo el 12 de febrero del 881 (Riché, 1983: 211-217; Halphen, 1992: 361-365).

Carlos III el Gordo (881-887) fue el último emperador de la estirpe carolingia. Para decepción de Juan VIII, Carlos fue un emperador incapaz, que no actúo contra las dos grandes amenazas de los territorios papales: los musulmanes y el ducado de Spoleto (Riché, 1983: 216-219; Halphen, 1992: 365-371). Además, Juan VIII murió en el 882, según algunas fuentes, asesinado por algunos de sus familiares (Gregorovius, 1895: v. III, 203-204), y le sucedió en el trono pontificio Martino I (882-884).

Este nuevo pontífice concedió el perdón a Formoso, restaurándolo en su sede de Porto y permitiéndole volver a entrar en Roma. Martino murió pronto, en el 884, y fue sucedido por Adrián III (884-885), cuyo pontificado fue aún más breve que el de su antecesor. La fugacidad de estos dos papas, sumada a la mala gestión e incapacidad de Carlos III el Gordo, provocó que, en Roma, los bandos germánico y francés estuvieran cada vez más divididos, creando el caldo de cultivo idóneo para los nuevos conflictos que tendrán lugar en las décadas posteriores.

Un cambio de dinastía en el imperio: de carolingios a guideschi. Los papados de Esteban V y Formoso (885-896 d. C.)

En septiembre del 885 Esteban V fue coronado papa. La situación que se encontró cuando llegó al Palacio de Letrán (sede del gobierno pontificio) fue completamente adversa, con las arcas vacías y un clero disoluto y corrompido por un lujo excesivo (Gregorovius, 1895: v. III, 208-211). A este hecho se sumó que, en el 887, el emperador Carlos el Gordo fue depuesto debido a su ineptitud, lo que dejó vacante el trono imperial y desató nuevas disputas entre los gobernantes de otros reinos por acceder a él. (Riché, 1983: 218-219; Halphen, 1992: 379-382; Albertoni, 2016: 281-283). La caída del emperador provocó que el Imperio Carolingio se fragmentara en numerosos reinos, lo que a su vez causó disputas entre los pretendientes al trono de cada uno de ellos.

En aquel tiempo, las incursiones normandas y sarracenas que amenazaban los territorios imperiales y papales –y que Carlos el Gordo no había sido capaz de contener–, solo habían sido sofocadas por Guido II de Spoleto, antaño enemigo del papado. Esta muestra de poder le dejaban en una posición dominante contra Berengario del Friuli, con quien se disputaba la corona del Reino de Italia. Finalmente, tras años de desencuentros, Guido consiguió imponerse a Berengario en el 889, haciéndose coronar rey de Italia en Pavía. De esta manera, alejaba también de las pretensiones imperiales al aliado de Berengario, Arnolfo de Carinzia, rey de los francos orientales, que había sido nombrado por Carlos el Gordo como su sucesor (Halphen, 1992: 387-390; Gatto, 2004: 237).

El papa, viendo que Arnolfo no era un candidato capaz y preocupado por la situación del resto de reinos carolingios –o, mejor dicho, por la insuficiencia de estos para defenderse de normandos y sarracenos–, decidió nombrar emperador a Guido II de Spoleto el 21 de febrero del 891 y a su mujer, Ageltruda, como emperatriz. Unos meses más tarde, en septiembre, el papa murió y el trono de san Pedro fue ocupado por Formoso, cabeza del partido filo germánico (afín, por tanto, a Arnolfo de Carinzia) y adversario político y militar de Guido de Spoleto, desde los años en que este se volviera contra los territorios de la Iglesia.

Si en la época de Juan VIII los partidos que existían en Roma eran el germánico y el francés, ahora, en tiempos de Formoso, este segundo había sido sustituido por el italiano (afín a Guido de Spoleto y Adalberto de Toscana) y, para su desgracia, era el predominante. Debido a la lejanía y debilidad de Arnolfo y, además, con un reducido número de apoyos entre el clero y las autoridades civiles de Roma, en el 892 Formoso se vio obligado a confirmar la elección imperial hecha por su antecesor, al mismo tiempo que era constreñido por Guido de Spoleto a nombrar co-emperador a su hijo, Lamberto II, asegurando así la sucesión en el trono imperial de la familia Spoleto (Gregorovius, 1895: v. III, 217-218; Gatto, 2004: 238-240; Rendina, 2015: 235). A partir de este momento, con total impunidad y bajo el amparo de la corona imperial, los duques de Spoleto pudieron atacar y desestabilizar los territorios petrinos, pues un poder papal debilitado era sinónimo de un dominio mayor del emperador.

Formoso trató en todo momento de mantenerse independiente de la influencia spoletana. En el 893 mandó una embajada a Arnolfo de Carinzia, a quien consideraba legítimo emperador, para que liberase Roma del poder de Guido y el partido filo italiano. Arnolfo, sin embargo, se limitó a traspasar los Alpes a modo de aviso (Gregorovius, 1895: v. III, 218-219; Gatto, 2004: 240-241), lo que solo sirvió para dar una imagen de debilidad e indecisión. Poco tiempo después, en noviembre del 884, Guido murió de manera repentina a causa de una hemorragia, cerca del río Taro, al norte de Italia (Gregorovius, 1895: v. III, 219), y Formoso vio de nuevo una oportunidad para librarse de la influencia del ducado de Spoleto. Aunque tuvo que reconocer a Lamberto II como emperador, tal y como se había visto forzado a prometer, no tardó en enviar una nueva embajada secreta a Arnolfo de Carinzia que, esta vez sí, consiguió marchar sobre Roma en el 896.

Antes de la llegada a Roma de Arnolfo, la familia Spoleto, enterada de la inminente carga contra la Ciudad Eterna, tomo represalias por la traición de Formoso: Lamberto, emperador, marchó a su residencia en Spoleto para esperar a Arnolfo mientras organizaba su ejército, mientras que Ageltruda, su madre, avivó y encabezó las revueltas en Roma en contra del pontífice, apoyada por la facción italiana y sus aliados en Toscana. Formoso llegó a ser capturado y encerrado en el Castel Sant’Angelo, mientras los rebelados se refugiaron dentro de las murallas leoninas (Gregorovius, 1895: v. III, 219-221).

Finalmente, Arnolfo rescató al pontífice, obligando a Ageltruda y sus adeptos a retirarse de Roma, aunque no sin que antes juraran venganza contra el papa. Unos días más tarde, finalizada la revuelta, en las postrimerías de febrero del 896 (Gregorovius, 1895: v. III, 221), Arnolfo de Carinzia fue coronado emperador y marchó hacia Spoleto para enfrentar y derrotar a Lamberto y Ageltruda. Sin embargo, una parálisis fortuita lo obligó a retirarse a Baviera, para desesperación del papa, quien, unas semanas después, falleció el 4 de abril, según algunas fuentes, envenenado por algunos de sus opositores (Gregorovius, 1895: v. III, 223; Rendina, 2015: 245).

Juicio, sentencia y damnatio. El Concilio Cadavérico contra Formoso (897 d. C.)

Formoso fue sucedido por Bonifacio VI en el 896, cuyo pontificado duró solo 16 días. Tras este brevísimo periodo, Esteban VI (896-897) fue designado cabeza de la Iglesia. Aunque su pontificado también fue corto, las revueltas y la tensión que prevalecían en Roma tras la muerte de Formoso propiciaron en este tiempo uno de los capítulos más escalofriantes de la historia del papado medieval.

Esteban VI fue nombrado papa gracias a las influencias del partido italiano. Por ello, cuando el nuevo pontífice dio señales de reconocer a Arnolfo de Carinzia como nuevo emperador, Ageltruda y Lamberto le recordaron como ellos tenían la capacidad de hacer y deshacer a su antojo, gracias al respaldo y a la enorme influencia que poseían en Roma. Esteban VI, en consecuencia, se vio obligado a nombrar a Lamberto emperador, invalidando la decisión tomada por Formoso meses antes de fallecer (Gregorovius, 1895: v. III, 225; Rendina, 2015: 246-247).

Una vez que Esteban VI se alineó con la casa de Spoleto, Lamberto y Ageltruda lo instigaron a llevar a cabo un juicio sumarísimo contra Formoso, a quien habían jurado venganza por haber otorgado la corona imperial al malogrado Arnolfo de Carinzia. Con esta estrategia, pretendían invalidar las decisiones de Formoso y usar el proceso como una herramienta de propaganda política y legitimación para poder disfrutar de la corona imperial de manera plena y sin cuestionamientos.

Jean-Paul LAURENS, Le Pape Formose et Etienne VII, 1870, óleo sobre tela. 100,3 x 150,3 cm., Nantes, Musée d’arts [Inv. 1052]

En enero del 897, en la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma, tuvo lugar dicho proceso contra el antiguo pontífice, quien llevaba cerca de nueve meses muerto y enterrado, conocido popularmente como el Concilio Cadavérico, y que sirve de antesala para introducir el periodo conocido como saeculum obscurum, dentro de la cronología de la historia del papado en la Edad Media (Jégou, 2015; Elliot, 2017: 1028-1038; Barrit, 2022). Las acusaciones contra él eran las siguientes: por un lado, haber accedido a una sede episcopal (la de Roma) siendo obispo en otra (la de Porto), lo que estaba expresamente prohibido en el canon XV del I Concilio de Nicea, que, sin embargo, había sido derogado durante el pontificado de Martino I (882-884); y, por otro lado, haber conspirado contra el emperador, apoyando y coronando a Arnolfo de Carinzia, considerado por los duques de Spoleto como un rebelde.

Lodovico Pogliaghi, The Cadaver Synod, the posthumous ecclesiastical trial of Pope Formosus, 897, 1892, grabado. 38 cm. Milán, Biblioteca Ambrosiana [B.VIII.5, olim L.P.2883]

La escena tuvo que ser terrible. El cadáver de Formoso recibió la asistencia de un diácono romano, que actúo como abogado defensor y tuvo que colocarse junto al cuerpo. Una vez hechas las diligencias acostumbradas, el papa Esteban VI tomó la palabra e interrogó a su antecesor. Liutprando de Cremona, historiador y eclesiástico del s. X, narra el episodio de la siguiente manera:

Una vez nombrado, como si fuera impío e ignorante de las doctrinas sagradas, Esteban ordenó que Formoso fuera extraído de su tumba y colocado en el asiento de los pontífices romanos, vestido con su atuendo sacerdotal. Le dijo: «cuando eras obispo de Porto, ¿por qué usurpaste la sede romana universal con un espíritu de ambición?». (cit. en Barrit, 2022: 186-187).

Como cabría esperar, Formoso no pudo defenderse de las acusaciones y fue declarado culpable: primeramente, se invalidaron todas sus decisiones, incluyendo ordenaciones sacerdotales y episcopales; después, fue despojado de sus atuendos papales, es decir, «desnudado», y se le cortaron los tres dedos que había utilizado durante su pontificado para bendecir a los fieles cristianos que acudían a él. Por último, para mayor escarnio, con la intención de borrar cualquier resto que quedase de él, fue precipitado al Tíber para que su cuerpo desapareciese (Gregorovius, 1895: v. III, 225-226; De Rosa, 1989: 65-66; Rendina, 2015: 247-248; Norwich, 2017: 118-120).

La rehabilitación de Formoso

La vicenda formosiana, resultó ser un episodio desconcertante para el pueblo de Roma. Algo insólito ya en la época que, sin embargo, no hizo sino anteceder el caos y la barbarie que sería norma en los pontificados posteriores, hasta la llegada de León IX (1049-1054) y tras él, Gregorio VII (1073-1085), creador e impulsor de la conocida como reforma gregoriana del siglo XI d. C.

Esteban VI, el papa que había sido manipulado por Lamberto de Spoleto y su madre para llevar a cabo tal atrocidad, fue capturado y estrangulado en el Castel Sant’Angelo en octubre de aquel mismo año. Tras él, ocupó el trono petrino el papa Romano (897), a quién le fueron confiados, supuestamente, los restos recuperados del Tíber del papa Formoso. Su sucesor, Teodoro II (897), los volvió a enterrar en la basílica vaticana y, finalmente, el siguiente pontífice, Juan IX (898-900), anuló el proceso post-mortem, restauró a Formoso y actuó contra los eclesiásticos implicados en tan macabro acontecimiento: a los obispos que actuaron bajo amenaza del emperador y su madre, les concedió al perdón, mientras que aquellos que apoyaron las decisiones y estuvieron de acuerdo, les excomulgó. Entre los integrantes de este segundo grupo se encontraba el obispo de Cerveteri, Sergio, quien, con el devenir de los años, en el 904, será nombrado papa con el nombre de Sergio III (904-911) (Gregorovius, 1895: v. III, 226-232; Rendina, 2015: 248-251).

Conclusión

El juicio a Formoso, aparte de ser un llamativo episodio en la historia del papado y de la Iglesia, sirve también como un perfecto ejemplo para evidenciar los nexos y estrategias que los dos grandes entes políticos europeos (Imperio y Papado) mantenían entre sí. Puede observarse el estrecho vínculo y la relación de dependencia que les unía, necesitándose el uno al otro para prosperar y expandirse.

Por otro lado, como ya se ha expresado en otra parte de este trabajo, la VICENDA FORMOSIANA constituye el primer episodio relevante del periodo conocido como la «pornocracia papal», época dentro del SAECULUM OBSCURUM  que, todavía, sigue estando poco investigada, sobre todo en lengua castellana. Resulta, por tanto, de especial valor conocer este hecho, pues mucho de los sucesos que tendrán lugar en los pontificados posteriores del siglo X, tienen el origen de sus disputas en la sucesión imperial y antiguas rencillas de las que se ha hecho mención.

Por último, solo resta evidenciar la estrecha relación entre el Papado y el Imperio, de la que se ha hablado anteriormente, y como esta fue clave para impulsar la conformación definitiva y desarrollo del poderoso Estado Pontificio que dominó la península itálica e influyó profundamente en los hechos políticos e históricos del continente europeo hasta el año 1870.

Bibliografía

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Barritt, D. (2022). Formous and the ‘Synod of the Corpse’. Tenth Century in Rome in History and Memory. En C. Heath y R. Houghton (Eds.), Conflict and Violence in Medieval Italy, 568-1154 (pp. 185-204). Amsterdam: Amsterdam University Press.

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Halphen, L. (1992). Carlomagno y el Imperio Carolingio. M.ª E. Jorge Margallo (Trad.). Madrid: Akal.

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Norwich, J. J. (2017). Los papas: una historia. C. Martí-Menzel (Trad.). Barcelona: Reino de Redonda.

Rendina, C. (2015). I papi: storia e segreti. Roma: Newton&Compton Editori.

Riché, P. (1983). The Carolingians: a Family who Forged Europe. M. I. Allen (Trad.). Philadelphia: University of Pennsylvania Press.


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