Gibbon fue el gran autor sobre Roma en el s.XVIII, y su visión sentó precedente en las siguientes generaciones de historiadores. Su papel es más conocido con la Roma imperial, pero ¿Cómo trató su History of the Decline and Fall of the Roman Empire en 1776 a los romanos medievales, los bizantinos? El momento en que se los describe (alrededor de unas 23 carillas en total sin contar menciones aisladas) se enmarca dentro del capítulo XLVIII: Succession and Characters of the Greek Emperors, que abarca nombre por nombre la medievalidad imperial bizantina con éxito desigual.
Edward Gibbon nació en Londres el día 27 de abril de 1737 en el seno de una familia burguesa acomodada compuesta por comerciantes e intento de terratenientes. El que más tarde será ejemplo a nivel europeo, si no mundial, dentro de la historiografía tuvo una infancia algo más atribulada hasta que por diferentes razones acabó por dedicarse a la que durante buena parte de su vida fue su pasión: la Historia. Puede enmarcarse a esta figura dentro de la Ilustración inglesa, con todo lo que con ello se reconoce tanto del periodo como de su propio trato de la disciplina histórica (Pocock, 2004: 14).
Su trabajo sentó un precedente que aún en la actualidad resuena con gran fuerza. Si bien éste está ya superado en todos sus aspectos, el método y resultados conseguidos hace casi dos siglos y medio fueron dignos de alabanza. Trató en sus libros la Historia del Imperio desde inicios del Principado hasta la caída definitiva de Constantinopla, de la vieja a la nueva Roma, junto con ciertos detalles alrededor de la ciudad y distintas etnias vecinas. No sólo el esfuerzo fue considerable, sino que influyó de manera directa tanto en la historiografía del momento como la actual (el cómo se estudia y ve la Historia). Debido a su caracterización decadente y patetizante de la historia romana, no pocos estudiosos en tiempos recientes han actuado de manera reactiva. Muchos profesionales de la disciplina, en un intento radical de protección del legado bizantino, trataron de desligarlo del pasado decadente romano (Howard-Johnston, 1997: 53). Si bien Gibbon no niega la continuidad político cultural romano-bizantina, es una cuestión más compleja.
El motivo por el que este artículo pretende analizar específicamente una parte del capítulo 48 sobre los Comnenoi es debido a lo actual de su estudio incluso ahora. Hay ciertas figuras de la dinastía (de su tiempo) que sí han disfrutado de una mayor atención. Un ejemplo es la porfirogéneta (nacida en la púrpura) Ana Comnena, la primera historiadora, aunque no es lo común. Un detalle en el que este periodo apenas ha sido estudiado, más allá de menciones, es respecto a su trato en los primeros historiadores. Uno de los indispensables es Gibbon, sobre todo en la forma en que sentó el precedente. Las opiniones y corrientes que marcó, si bien dieron continuación otras previas sin inventar nada en sí, es cierto que les dieron nuevo vigor y las consagraron. De manera que para entender la imagen que en muchos casos se posee todavía de ciertos eventos del pasado es necesario ver de qué manera se los trató también en el pasado. Qué se contó, cómo, qué se omitió, etc.
Los Comnenoi y Gibbon
Para conocer bien la palabra de Gibbon va bien alternarla con cierta contextualización de los reinados Comnenoi. Se parte de determinadas premisas que, si bien se conocen de antemano y son típicas del momento, destacan. Una de ellas es la misoginia clásica del momento en el sentido de que un hombre debe adscribirse a valores masculinos esperables y una mujer a los femeninos, con motivo de censura cuando lo contrario ocurre. Un ejemplo de ello es el caso de Ana Comnena, que se inmiscuyó en tareas masculinas como era la escritura de historia.
Ana fue la hija primogénita del emperador Alejo y, ya enclaustrada por sus tramas contra su hermano Juan, continuó, mejoró y finalizó la labor histórica iniciada por su fallecido marido Nicéforo. En su obra (Alexias o actualmente conocida como La Alexíada) Ana narraba unos sucesos de enorme importancia tanto por el momento político como por el periodo de tiempo que abarca, la totalidad de la vida de su padre. Creó una leyenda sobre Alejo con el uso del sistema de valores griego y la moral cristiana para formar a un héroe a ojos del lector (Buckley, 2014: 45, Díaz, 2016: 154). Una cuestión casi omnipresente en la obra de Gibbon, en cambio, es el continuo menosprecio que realiza de los distintos gobernantes, retratados como una parodia de sí mismos. Hay excepciones, como es el caso de ciertos emperadores tempranos, Juliano el apóstata, o algún que otro Comneno, aunque siempre se las arregla para que sus halagos no vayan más allá (Porter, 1988: 79).
Alejo es unos de los bienaventurados que en parte no salieron excesivamente mal parados. Esto es porque las principales fuentes para la época de las que dispuso Gibbon son a la propia Ana, a Juan Zonarás, Nicetas Choniates y presumiblemente el Hyle de Nicéforo Brienio. Ana, quien lo trata en más detalle, es eminentemente positiva, casi con una hagiografía paterna. Zonaras, en cambio, suele ser calificado más como una obra crítica con el gobierno Comneno. En éste, junto con el Hyle, se criticaron cuestiones como un creciente nepotismo y el trato de las arcas públicas como una cuestión patrimonial (Cheynet, 2018: 87).
Es con estos dos tomos con los que Gibbon saca cierta vena crítica del reinado, justo lo que quería (Howard-Johnston, 1997: 67). Un detalle muy reseñable de la forma en que Gibbon encaró las fuentes primarias es su crítica textual. El trato a este tipo de textos ha evolucionado mucho a lo largo del tiempo, con un acercamiento mucho más comprensivo de las fuentes. No son tomos aislados ni sus autores eran gente objetiva, tampoco lo es el lector. Hay ejemplos claros como es el caso de las palabras que Suetonio dedica a Calígula, donde llegó a afirmar que nombró cónsul a su caballo. Historiadores previos afirmaron que se trataba de un loco, mientras nuevas teorías comentan que es bien posible que fuese de hecho una crítica al orden político romano, o directamente una invención. No se trata de señalar una correcta, sino de mostrar la enorme variabilidad de las fuentes según su interpretación.
Ahora bien, Gibbon fue un paso más allá en su análisis. Creía que si bien las fuentes en muchos casos calumniaban y exageraban las fechorías de ciertas figuras, no estaba en su capacidad el invento. Si se sigue el dicho popular, ‘si el río suena, agua lleva‘ aplicado como máxima (Howard-Johnston, 1997: 56). A esa primera premisa se le debe sumar una segunda, y es la consideración que en una mayoría de casos Gibbon tuvo de los historiadores bizantinos. Para Gibbon, toda fuente oriental fue escrita por dos tipos distintos de persona sin excepción: o bien se era un religioso supersticioso y temeroso de Dios al cual todo lo une con nula capacidad crítica; o bien se trataba de un tramador y pelota que emparejaba la escritura con el afilar de dagas (Roberts, 2014: 114).
Con estas dos motivaciones de Gibbon sacamos alguna conclusión: por un lado, las palabras de elogio que se dieron de alguna figura imperial pueden ser rápidamente descartadas como producto de supersticiosos o trepas. Por otro, aquellas frases de mínima crítica encontradas fueron exageradas por el autor porque sin duda encajaban más con su preconcepción de la época. Uno de los motivos por los que Gibbon eliminó rápidamente todo el tiempo bizantino en un solo capítulo de su libro – al menos el motivo que él desvela, aunque no el único – es debido a su carácter histórico repetitivo. Gracias a ese término el londinense refiere a cómo la bizantina era una sociedad totalmente sobrepasada por la decadencia, donde todo personaje con potencial acabó por ser corrompido por la misma. Con ello, lo que se da es la repetición de una historia de debilidad y miseria (Roberts, 2014: 116-117). Por ese mismo motivo dio los giros necesarios en todo momento para que las fuentes acabasen por decir aquello que él quiso leer de ellas. Como puede leerse, cuando éstas no lo hicieron, Gibbon les puso imaginación.
Aparte de Alejo, de su tío y antecesor en el trono (tres décadas antes) Isaac tampoco se habla de forma muy negativa, aunque se lo descarta pronto debido a su abdicación temprana. Cuestión que comentar es que los años que un reinado duró en el pasado no tienen por qué ser proporcionales en ningún sentido con la extensión que Gibbon dedique. Ejemplo es el del emperador Juliano, cuyo reinado duró dos años, pero en cambio al cual le dedica tres capítulos sólo para él (opuesto al capítulo para cientos de años medievales). Con los Comnenoi sucede igual. Los gobiernos de Alejo, Juan o Manuel (que se extendieron desde 1081 hasta 1180) ocupan tres páginas de media por emperador. En cambio los azares de la más turbulenta vida de Andrónico I (1183-1185) se alargan a lo ancho de una docena. El motivo es evidente al análisis.
A la hora de crear sus narraciones y tratar de dar explicación a ciertos acontecimientos y al devenir histórico, Gibbon fue una persona muy apegada a las fuentes. Ahora bien, durante toda su vida también demostró un gusto estético y estilístico en la escritura de alto nivel. Uno de sus mayores referentes en el campo fue Pope, en cuyos tomos se inspiró (Adams, 2011: 67). Sus palabras, con todo, no brillan con igual luz ante la mirada de todos los diferentes capítulos de su libro. En aquellos dedicados al Alto Imperio y Edad Antigua se da una enorme variedad de fuentes, y la narración es más pausada debido a la gran cantidad de datos que Gibbon se esforzó por mostrar. En cambio, según se adentró en la Edad Media, se hace obvia la dificultad que tuvo en encontrar más escritos en los que basarse. Ana Comnena sí fue contemporánea, pero siguientes figuras como Choniates o Zonaras escribieron tiempo tras lo sucedido, con los grandes vacíos que por eso dejaron. Con ello, la narrativa bizantina queda muy huérfana de una base más sólida (Porter, 1988: 77).
Antes se dio la razón que dio el historiador inglés para aminorar con los detalles de la época, una supuesta repetición patética. La realidad va en que tampoco supo en qué basarse. De los tres miembros directos de la dinastía que gobernaron un siglo apenas escribe. En cambio, sí lo hace de la figura que de manera irónica más sombras posee (ya se conoce que entre los claroscuros se despierta con mayor fuerza la imaginación): Andrónico I Comneno. A lo largo del libro Gibbon se entretiene brevemente con el comentario del carácter de algunos individuos, aunque la figura de Andrónico destaca. Ésta ya fue una celebridad en la obra Historia de Nicetas Choniates, que abarca desde la muerte de Alejo en 1118 hasta el año 1207, poco tras la toma de Constantinopla por la Cuarta Cruzada.
A lo largo de las páginas de la Historia se puede conocer la imagen que permaneció a lo largo de los tiempos de Andrónico (el libro se escribió varias décadas tras su fallecimiento). Fue una figura carismática con intereses en el trono y la capacidad de ser una molestia para su gobernante. Hasta ahí puede saberse con certeza. Nicetas informa de que su primera trama para deponer a Manuel fue ya en 1154, con conspiración con el monarca húngaro incluida (Magoulias, 1984: 58). A partir de ahí la imaginación de Choniates, influida por las leyendas e historias épicas que de esta desconocida figura se contaban, se desbordó, con la narración de grandes hechos de intelecto, armas y amor. Un ejemplo es su escape de prisión. Nicetas describe una escena digna de la Fuga de Alcatraz de Don Siegel, y Gibbon no sólo la copia, sino que le añade mayores descripciones y épica (Magoulias, 1984: 61; Gibbon, 2001: 2067).
En un momento como el mencionado puede verse de forma cada vez más directa la escasez de fuentes que tuvo el autor sobre los tiempos bizantinos. Al carecer de mayores escritos, se basó de manera casi literal en aquellos existentes. Luego intervino el gran afán épico que tuvo. En sus últimos capítulos, con especial énfasis en el 48, Gibbon se volcó con el clímax, con la epicidad, y a la vez con el esperpento. Los personajes retratados muchas veces son tanto alabados como ridiculizados, y Andrónico es la figura perfecta para ello (Roberts, 2014: 113). De él cuenta sus tramas, prisión, huida, amoríos indebidos, incesto, exilio, peregrinaje, ascenso al trono, confesiones, corrupción y final caída, casi todo calcado de Choniates.
Ejemplo de lo anterior es el final ascenso al trono de Andrónico. Tras diferentes conspiraciones consiguió capturar al joven emperador Alejo II (entre 15 y 16 años) y asesinarlo. Choniates describe cómo se lo cogió y, tras darle muerte, Andrónico le insultó tanto a él como a sus padres. Gibbon, en cambio, no sólo recrea más dramáticamente la escena, sino que reproduce diálogos y palabras que jamás fueron pronunciados para darle mayor dramatismo. Tal es también el caso del momento de la muerte de Manuel Comneno, donde Andrónico tiene un monólogo digno de la mejor de las obras de Shakespeare (Magoulias, 1984: 152; Gibbon, 2001: 2073).
Otro tema digno de mencionar de Gibbon es el sesgo que posee en ciertos temas y cómo lo aplica. Hay que recordar la época en la que el autor se enmarca, un siglo dieciocho inglés dentro de una familia acomodada e imbuido de manera completa en la racional e incrédula Ilustración del momento. Gibbon posee un sesgo anticristiano importante, motivo por el que, como ejemplo directo, le guarda especial aprecio a Juliano el Apóstata, emperador que profesó una versión del paganismo platónico. Ello se ve bien a lo largo de su lectura, con la culpabilización del cristianismo por la caída imperial, y a lo largo de la cristiana época bizantina el sentimiento no disminuye (Adams, 2011: 81).
Ese odio se aplica también a la hora de poner en duda la propia identidad de algunos de los protagonistas. Gibbon no niega la continuidad política entre el Imperio Romano de la Edad Antigua y el Imperio Bizantino medieval. Ahora bien, sí llega a cuestionar que compartan igual espíritu, y lo hace notar en la manera en que refiere al comportamiento de los distintos personajes. Dentro del patetismo con el que describe en muchas ocasiones a los distintos emperadores son numerosas las ocasiones en las que los tilda de pecaminosos o, con casos como Andrónico o Manuel, incestuosos. En aquellas ocasiones en las que se comportan de forma indigna los llama bizantinos. Por el contrario, con la noble ascendencia de Alejo, el benévolo gobierno de Juan, el ardor guerrero de Manuel, o el carisma de Andrónico, entonces sí los califica, aunque brevemente, de romanos (Gibbon, 2001: 2061).
Comentario Histórico
A lo largo de la obra de Gibbon hay detalles que pronto pueden comenzar a apreciarse. Uno de ellos es la ordenación de los hechos. En el caso del Capítulo 48 de su libro (el capítulo bizantino), por ejemplo, no aparece ni una sola fecha, como en buena parte de la obra. La narración se ordena cronológicamente mediante los distintos acontecimientos y personalidades sin necesidad de situar números entre medio de las palabras. Todo pasa «tras la muerte de…», «durante el reinado de…» y viceversa.
Por otro lado, intentar desmentir todos los errores históricos de Gibbon en la actualidad resulta una tarea inútil, ya que se ha hecho en muchas ocasiones y de forma más extensa. Sí merece la pena señalar ciertos aspectos que influyen en Gibbon a la hora de ver el momento histórico tratado, o ciertos fallos ejemplo que muestran el estado de la comprensión de la época en aquel entonces.
Las fuentes de tiempos Comnenoi no destacan por ser las más claras a la hora de distinguir entre diferentes figuras. En la época, además, ciertos nombres (Alejo, Juan, Andrónico, Ana) se repiten en decenas de ocasiones con personajes distintos que coincidían también en apellido. Es por ello por lo que los fallos entre distintas figuras que se confunden no son una cosa excepcional en la obra de Gibbon. Es el caso ejemplificante de Nicéforo Brienio. El hijo fue marido de Ana Comnena y casi, mediante las conspiraciones de su mujer, emperador. El padre, en cambio, trató en su momento de usurpar el trono, con la intervención de Alejo en su detención. Gibbon los confunde a ambos (Gibbon, 2001: 2057).
Un segundo ejemplo es el caso de la eterna decadencia. Para Gibbon no hay altos y bajos en la Historia de Roma. Fue el carácter de los pueblos, el carácter romano, el que influyó en la grandeza del Imperio. Con el paso del tiempo, su estancamiento, y su reducción territorial, el paso imparable de su decadencia y la pérdida de su espíritu fue clave en su caída. Tras su derrota política, conquistó al resto de estados espiritualmente (Preston, 1933: 139). Por ello la etapa bizantina es ineludiblemente a la baja, con diminutos rayos de luz que pronto se apagan.
Un último detalle es el trato del tipo de gobierno imperial. En un momento dado Gibbon explica cómo Manuel quiso congraciarse con Andrónico, y por ello le brindó numerosos ducados y títulos, cosa que debería matizarse (Gibbon, 2001: 2064). Durante el gobierno de los Comnenoi se asentó cierta dinámica de privatización del poder imperial. Las familias nobles descartaron hacerse con el trono mediante el destronamiento y pasaron a identificarse con la propia familia Comneno, con la que se dio unión mediante distintos matrimonios. En los tiempos del emperador Manuel, la ventaja que supuso esa unión de familias comenzó a disolverse debido a la dinastización de los diferentes clanes (Doukas, Ángelos, Kantakouzenos, etc) y, por ello, su competición se reinició (Casamiquela, 2015: 144, 146; Frankopan, 2007: 4).
Si bien es cierto que los pasos hacia una patrimonialización del poder se dieron, también es cierto que la estructura político-administrativa del Imperio poseía una resistencia enorme a este tipo de alteraciones, que debían tomarse su tiempo. El estado podía conferir la pronoia (donación de las rentas de un territorio) la exkousseia (exención temporal de impuestos) y demás privilegios, pero no otorgaba provincias o territorios en posesión como es el caso del feudalismo occidental. El estado otorgaba el puesto administrativo de la gobernación de un territorio, con capacidad de facto de revocarlo (Kazhdan, 1993: 96).
Conclusión
A lo largo de la narración de Gibbon se ven ciertos detalles llamativos típicos de la época, como es el trato de un Imperio Bizantino como cúspide de la decadencia. Esa concepción influye a lo largo de todo su trabajo sobre la medievalidad romana. El triunfo o caída de los pueblos viene en muchos casos debido a su naturaleza, y una vez esta se corrompe, también lo hace su estado. Uno de los elementos que corrompieron al Imperio Romano, según Gibbon, fue su crédula y acrítica adopción de la religión cristiana, que lo llevó a abandonar la filosofía y arte previos.
Con el análisis de la historia bizantina de History of the Decline and Fall of the Roman Empire, dentro del cual abarca sólo un capítulo, también se detecta una crónica falta de fuentes y el uso exclusivo de unas pocas. Su nula variedad lleva a que, más allá de ciertas excusas, el espacio que dedica a la Edad Media imperial sea mucho más reducido. De entre las crónicas Gibbon se esforzó en no hacer caso a nociones positivas, mientras abrazaba plenamente aquellas más negativas. Cuando se encontró con ciertos huecos, o situaciones con potencial, no dudó en crear diálogos y escenas novelescas que reforzaban la tónica del capítulo.
Con todo lo dicho, en ningún caso se puede culpar a toro pasado a Edward Gibbon por pertenecer y haber desarrollado su vida a una época específica como fue el s.XVIII. Reprodujo y desarrolló ideas del momento, con un gran avance bajo los estándares de la época del estudio de la Edad Antigua y Medieval, con las consecuencias positivas que tuvo en la historiografía por poner de moda ciertos acontecimientos y momentos nada tocados hasta entonces. El único problema reside en quien, sin herramientas para conocer los problemas que hoy presenta Gibbon, lo lee de manera acrítica.
Referencias Bibliográficas
Fuentes Primarias
Ana Comnena traducción de DÍAZ, Emilio (2016), La Alexíada. España, Ático de los Libros.
Nicetas Choniates, traducción MAGOULIAS, Harry (1984), O City of Byzantium, Annals of Niketas Choniates. Detroit, Wayne State University Press.
Fuentes Secundarias
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BUCKLEY, Penélope (2014), The Alexiad of Anna Komnene. United Kingdom, CambridgeUniversity Press.
CASAMIQUELA, V (2015), La aristocracia bizantina y la administración provincial: Diócesis, Monasterios y Ciudades (siglos X-XII) (Trabajo de Tesis Doctoral). Argentina, Universidad de Buenos Aires.
CHEYNET, Jean-Claude (2019), «Some thoughts on the relations between Greeks and Latins at the time of the First and Fourth Crusades» in Nikolaos Chirissis, Athina Kolia-Dermitzaki, Andeliki Papageorgiou (ed.), Byzantium and the West. Abingdon, Rouledge: 84-101.
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KAZHDAN, Alexander (1993), «State, Feudal, and Private Economy in Byzantium», Dumbarton Oaks Papers, 47: 83 – 100.
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