¿A quiénes le obsesionan los muñecos?
La fascinación por las figuras antropomorfas viene de antiguo y puede llegar a extremos insanos.
El atractivo de las figuras parecidas a las personas está presente en toda la historia humana. Desde los muñecos de nieve hasta las primeras muñecas de trapo, pasando por los títeres y los maniquíes, la idea de jugar con esas imitaciones antropomorfas fascina a niños y adultos. Una de las razones que esgrimen los antropólogos para este hechizo es la posibilidad de ensayar ciertas acciones (cuidados paternales, peleas, formas de vestir…) con un objeto que se deja hacer pasivamente, al contrario que si probáramos por primera vez esos actos con seres humanos.
En muchos casos, esta seducción acaba por convertirse en verdadera obsesión. Es el caso de Anastasia Reskoss y Quentin Dehar, una pareja francesa que lleva invertidos más de 250.000 euros en cirugía estética para convertirse en sus ídolos: los muñecos Barbie y Ken. O de Jian Yang, un ciudadano de Singapur que lleva también gastados muchos miles de dólares en sus más de 6.000 muñecas.
Lo obsesivo no solo está en la cantidad. A veces, lo que nos llama la atención es la calidad de los objetos. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el inquietante mundo de los reborn, muñecos hiperrealistas para adultos que, por ejemplo, algunos padres encargan cuando sus bebés fallecen.
Además, existe una extraña parafilia, la ursusagalamatofilia, que consiste en excitarse sexualmente con personas disfrazadas de animales y, en algunos casos, con muñecos de peluche. El joven norteamericano Charles Marshall, por ejemplo, fue detenido en cuatro ocasiones por practicar sexo en público con un oso de felpa.
Foto: muñeco reborn.
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