Los bizantinos en el cine son el gran desconocido. Son como esa mosca que crees oír cuando apagas las luces. Sabes que está por algún lugar, o eso crees, pero no eres capaz de señalarla directamente. Esta civilización no ha gozado en los últimos siglos de la mejor de las publicidades, y por ello son pocos los ejemplos de la adaptación de los bizantinos al cine o series de consumo diario, no destacando por su calidad las más de las veces.
En el séptimo arte, tanto del siglo pasado como en el actual, encontramos gran variedad de representaciones de episodios históricos con diversidad de épocas. Aquellas películas que retratan la Edad Media (en las que nos centraremos en este artículo) han comenzado a adquirir cierta preeminencia dentro del cine histórico desde hace algunos años. Otras cuestiones son las quejas que suelen suscitar la forma en que se adapta la realidad de ese contexto, con énfasis en la suciedad, estupidez, fanatismo religioso, o la aplicación del comúnmente conocido “filtro marrón” para todo (por no usar otro término).
Ya hubo en su momento películas en sí mismas que trataron de parodiar el propio género medieval, como fue “Los Caballeros de la Mesa Cuadrada” en 1975 con Terry Gilliam como director y el resto del elenco de Monty Python. En este film se ven todo tipo de escenas estrambóticas relacionadas con la peste, el sistema feudal, la suciedad, vestuarios ridículos, etc. Con una diferencia crucial con las películas “serias”, y es que en esta pieza todo ello se hizo intencionadamente.
A las adaptaciones no demasiado “históricas” que se han manejado en temas de la Europa occidental le hemos de sumar un fuerte desconocimiento de la oriental (aparte aún el Oriente mediterráneo). Esos lugares únicamente han sido tocados por la mano del cine de Cruzadas desde el clásico de Cecile B. de Mille de 1935. Un ejemplo reciente de ello es El Reino de los Cielos (2005) con Ridley Scott de director, donde los personajes “orientales”, o así caracterizados, se mantienen fieles a viejos clichés como podría ser la sombra de ojos. Con todo, al menos esos territorios han aparecido en el cine. Bizancio, en cambio, no suele protagonizarlo. En el mundo de la literatura, en cambio, sí hay grandes obras inspiradas en este estado, con La Fundación de Asimov de ejemplo, donde sale retratado un imperio que avanza imparable hacia su decadencia (Signes, 1998: 773).
El cómo Occidente y el resto del mundo han llegado a mirar a este imperio se irá desgranando según se vayan comentando las películas y series que hemos elegido, que se expondrán por tema y cronológicamente. Las escenas en las que nos centraremos serán aquellas en las que los bizantinos o su inspiración aparezcan, bien durante toda la película, bien en parte de la misma. Empezaremos en primer lugar con la animación.
Animación
En este género es donde ejemplos más altisonantes pueden encontrarse sobre el Imperio Bizantino, tanto para bien como para mal, pues la pluma o el ordenador no tienen límite si se lo proponen. Dentro de la animación se pueden ver películas tanto de ambientación histórica como otras cuyos personajes se basan o tienen solo un cierto parecido con los imperiales.
La primera película de producción local que puede encontrarse donde se retrate a los bizantinos en animación es Despertaferro (1990), bajo la dirección de Jordi Amorós. Las críticas a su argumento no van a ser duras, al fin y al cabo era una película infantil hecha sin más pretensiones. Un niño interesado en la historia y los almogávares acaba viajando al pasado para presenciar la “venganza catalana” (1305), que esta compañía mercenaria lleva a cabo tras el asesinato de su caudillo, Roger de Flor, arrasando todo a su paso hasta Atenas (Bolea, 2014: 51). El protagonista, Lauria, convence a los almogávares para cesar su guerra contra el Imperio, salva a la princesa bizantina, y se ve una ambientación adornada con constantes referencias a Gaudí. Los bizantinos de Andrónico II no salen demasiado bien parados, pues aparecen como los traidores que mandaron matar al caudillo Roger de Flor.
A lo largo de la película puede llegar a verse a ciudadanos bizantinos, por cuyas ropas vemos que están representados de la misma manera que cualquier otro habitante del Medievo occidental, mientras que sus edificios tampoco cuentan con ningún rasgo arquitectónicamente distintivo. Los soldados, en cambio, sí portan armadura de escamas y cascos cónicos a diferencia de los forzudos almogávares que aparecen casi desnudos. Una película, cuanto menos, psicodélica, pero que a más de una persona puede que le recuerde a su infancia.
La segunda película de animación que comentaremos dio un salto de gigante usando efectos como el 3D para elementos como podían ser ciertos animales, barcos, etc. Se trata de Simbad: la Leyenda de los Siete Mares (2003), de Patrick Gilmore y Tim Johnson. Esta producción estadounidense traerá seguramente muchos recuerdos a los lectores, pues fue un éxito en su momento. En ella desde el primer instante vemos una ambientación mediterránea, aunque los diseñadores se esmeraron en que no se pudiese descifrar exactamente quiénes eran los anfitriones del pirata Simbad. Tras una primera escena de combate, el protagonista de esta película es llevado hasta la ciudad de Siracusa. ¿Siracusa? Sí, la misma que, en este mundo, es gobernada como una ciudad-estado por un rey, en alianza con otras once ciudades, al estilo de las poleis griegas.
El rey del lugar es Dymas, y su hijo es Proteo. La influencia griega está clara, en sus tropas podemos ver una inspiración directa en los cascos corintios, y hay un tono dorado que recuerda a lo clásico, pero la armadura es ya medievalizante. Al entrar en la ciudad vemos que la arquitectura tiene una inspiración árabe, con cúpulas que recuerdan a las Mil y Una Noches, o arcos apuntados que remiten directamente a los palacios islámicos. Todo ello aderezado por una continua atmósfera azulada. Aunque la película no tiene una referencia directa a los bizantinos, sus pobladores, que visten todo tipo de ropajes, nos resultan familiares. En cualquier caso, éstos aparecen retratados muy positivamente.
Cambiando un poco de latitudes, nos adentramos en Rusia (que nos va a dar bastante más que hablar luego), con Prince Vladimir (2006), del director Yuri Kulakov. La película tiene una clara intención, retratar la vida y obra de Vladimir de Kiev (958 – 1015), figura que expandió los límites de su principado y es recordado en el ámbito religioso por convertirse a la ortodoxia y pugnar por la evangelización eslava (con lo que la influencia imperial en la zona mejoró notoriamente (Maiorov, 2015: 294)). La película se centra en trazar una biografía heroica del personaje, siendo breves los instantes en los que aparecen los bizantinos.
Aparecen bellas panorámicas de Santa Sofía, las murallas de Constantinopla, o el palacio imperial. La animación puede llegar a ser algo dura en ocasiones por esquemática, pero cuando quieren dejarte un bonito paisaje, saben cómo hacerlo. Otra cuestión distinta es que la ciudad que presentan llegue a parecer casi la mismísima Atlántida debido a las titánicas proporciones de sus edificios, arcos flotando en mitad del mar, o salas de palacio que casi recuerdan a la casa del faraón de El Príncipe de Egipto. Los bizantinos (la pareja imperial compuesta por unos hipotéticos Basilio II y su esposa) no salen mal representados, sino que se muestran favorables al protagonista. Salen vestidos acorde a la época, con túnicas de seda bien adornadas y rodeados de ingentes riquezas. Con esta visión se pretende idealizar Constantinopla, la cual llegó a ser conocida por los eslavos como Zarigrad (ciudad del César) por su majestuosidad.
Nos movemos ahora al producto de un estudio de gran renombre, el japonés Studio Ghibli, con su Cuentos de Terramar (2006) del afamado director Goro Miyazaki. Si bien esta película no llegó a tener el enorme éxito que otras cintas de Ghibli, sigue contando con su público, haciendo gala de la igualmente detallada animación a la que acostumbran. En este caso nos situamos en un mundo plenamente de fantasía, en el que el equilibrio natural ha sido roto, y poco a poco la población lo va notando. Vienen las sequías, malas cosechas, los edificios públicos caen en la ruina por la mala preservación, y los presagios nefastos (como los dragones peleando entre sí) no acaban de tranquilizar a los magos de la corte.
La capital de este imperio decadente se muestra brevemente al inicio de la película (primeros siete minutos), que permiten al espectador apreciar claramente sus referencias. Hay acueductos en ruinas, grandes arcos triunfales comidos por la vegetación, y un enorme palacio con cúpula y arcos de medio punto que recuerdan a la arquitectura bizantina. Por si no quedaba claro, la gente será testigo de ciertas escenas preciosas inspiradas de forma directa en el arte bizantino. Tanto una reunión del emperador con su gabinete de gobierno como una charla con la emperatriz quedarán enmarcadas en un ambiente repleto de mosaicos con temática completamente influenciada por el cristianismo ortodoxo. Los vestuarios son más simples: seda y morados para la pareja imperial, túnicas para todo el mundo, y alguna joya para mostrar riqueza. Ah, y un magnicidio. En todo retrato estereotipado de este Imperio decadente (nótese el sarcasmo) no puede faltar un magnicidio.
Para acabar con la sección de animación mencionaremos una película cuanto menos curiosa. The Tragedy of Man (2011), del húngaro Marcell Jankovics. Cabe subrayar que estuvo realizándose durante más de veinte años. En ella se nos da un paseo de la mano de Adán, con Lucifer como lazarillo, a lo largo de la existencia del hombre desde el mismísimo comienzo de la historia. Es, “café para los muy cafeteros” debido a sus continuas diatribas filosóficas alrededor del cristianismo que, por otro lado, hacen de la película un producto muy singular.
Los bizantinos en este caso aparecen a mitad del film (0:58 – 1:04) con la imagen más “clásica” que podría darse de éstos. Es curioso cómo visualmente, en cuestión de indumentaria, arquitectura, etc, es casi inmejorable. Los hombres van bien armados, inspirados en soldados pesados de la época Comnena (ss. XI-XII), con el San Josué de Hosios Loukas como inspiración para ellos. También aparece un emperador bizantino rodeado de clérigos directamente inspirado por Juan VI Cantacuceno presidiendo un sínodo. Por otro lado, hay continuas referencias a los códices iluminados y su representación en ellos de ciudades e iglesias bizantinas.
Pero ¿Cómo aparecen los bizantinos argumentalmente? Desgraciadamente, se les presenta como fanáticos religiosos dedicados a matarse entre sí por nimiedades cristológicas sin importancia, unos locos carentes de raciocinio. Básicamente, la encarnación de la expresión “discusiones bizantinas”. Aunque, con sinceridad, eso no dificulta que durante esos breves minutos en que aparecen uno disfrute de lo bien representados que están en su indumentaria y la cuidada ambientación.
Cine Clásico
Ahora toca cambiar de tercio, con películas y obras protagonizadas por actores de carne y hueso. Pero, antes de comenzar con diferentes piezas antiguas, deben mencionarse detalles como los antecedentes más directos. Entre los que destacamos la obra teatral Teodora (1884), del afamado dramaturgo francés Victorien Sardou. Fotográficamente de la obra se conservan pocas capturas, como pueden ser de su actriz principal ataviada como la emperatriz (Sarah Bernhardt), o de alguno de los carteles con los que se anunciaba. En ella se invirtió mucho dinero para la época, tanto en decorados preciosistas, como en réplicas de armas y armaduras, y vestidos espectaculares.
Aunque el argumento de la obra puede sonar ya para quienes conozcan el recorrido vital de la emperatriz esposa de Justiniano, es preciso mencionar que la principal inspiración para esta obra fue la narración de Edward Gibbon (1737 – 1794) sobre el Imperio, basada en gran medida en la Historia Secreta de Procopio de Cesarea. La consecuencia es clara, pues se cumplen todos los estereotipos: Justiniano aparece como un tirano manipulable, y Teodora asume los peores roles de una María Magdalena antes de conocer a Cristo. La obra sigue las palabras del inglés casi al pie de la letra hasta su trágico final, inventándose partes para dar mayor dramatismo. Un ejemplo es que Teodora no muere por vejez o por un cáncer, sino asesinada a manos de un verdugo.
Esta obra perpetúa un relato novelesco que historiadores anteriores ya marcaron como camino a seguir, con gran fijación en un personaje específico, la emperatriz, que tanto morbo despertó en los espectadores del momento.
La primera película de esta sección es de cine mudo, L’Agonie de Byzance (1913) del francés Louis Feuillade. Este cortometraje de 29 minutos de duración adquirió gran fama en su época debido a sus detallados fondos de lugares como las murallas de Constantinopla (representadas como una muralla occidental estándar), o Santa Sofía. O también por lo bien trabajado de la caracterización de sus protagonistas. En este caso, nuestras estrellas son Constantino XI y Mehmed II. Viviremos, con los diálogos y la descripción de escenas en carteles típicos del cine mudo, diferentes acontecimientos acompañados de música acorde a la situación durante todo el asedio de la ciudad, cuyo trágico final, como reza el título, es agónico.
Las actuaciones, como las del teatro, muestran gran expresividad, con unos personajes a los que no escuchamos, pero cuyos sentimientos percibimos sin ningún problema. Muestra a Constantino como un líder enérgico y melancólico, realizando el último sacrificio con la muerte. Los turcos, por su parte, acaban siendo retratados casi como hordas barbáricas. Como con otras tantas películas de la época, la exactitud histórica ni está ni se la espera, pero el preciosismo hace lo merezca.
Como segunda pieza comentaremos la italiana Teodora (1921) del director Leopoldo Carlucci que, junto con otras películas de su tiempo, sigue la misma estela que su precedente. Es el ejemplo perfecto de qué ocurre si se invierte suficiente dinero en decorados trabajados (cuando no se usan reales), y no se repara en gastos a la hora de convocar masivamente a extras de todo lugar para adornar cada escena. Encontramos estatuas, águilas, mosaicos, y todo lo necesario para convencer al espectador de que, en efecto, estamos en esa exótica nación que era la bizantina.
Como en toda película del estilo, observada en su conjunto es preciosa, con ese encanto que tenían las cintas antiguas en las que se podían ver ejércitos reales y no creados mediante efectos digitales. Otra cuestión es que, al mirar esta película con detalle, veamos cuestiones resbaladizas, pues se suele caer en estereotipos o caracterizaciones más pensadas para la Roma clásica que para el Medievo ¿Argumento? Una esclava meretriz se empareja con el emperador, al que fácilmente controla, y por sus amoríos acaba causando grandes revueltas que conducen a su final ¿Qué ocasionó la revuelta de Nika? En resumen: fue Teodora, que no se estaba quieta y se liaba con quien no debía. La película, en cualquier caso, tuvo gran repercusión, y sentó precedente para el que quisiese seguir sus pasos.
La siguiente película viene para hacer otro alarde de originalidad, se trata de la también italiana Teodora (1954) de Riccardo Freda. Los años pasan, y también las modas. Aquí comenzamos a encontrarnos en una época en la que enseñar carnes cada vez estaba más demandado en el cine, y no había mejor tema ni más morboso que el de presentar a una emperatriz con cierta fama conocida entre los que sabían del tema. Como en casos anteriores, los créditos con mosaicos de fondo son lo más histórico que se puede ver. El vestuario no es más que ropa elegida al azar con crismones por aquí y por allá, con soldados que más bien causan risa y Teodora bailando danza del vientre. Al menos los fondos de cada escena muestran cierto mimo en la decoración, como es el caso de las escenas rodadas en el palacio imperial.
De tema parecido es la siguiente película, La Invasión de los Bárbaros (1968) de Robert Siodmak, con actores tan relevantes como Sylva Koscina como Teodora, Laurence Harvey como el romano Cethegus, y Orson Welles como Justiniano. Ocurre con esta cinta como cuando se adapta un libro a la gran pantalla, imponiéndose ciertos cambios argumentales para dar más animación. Uno de los más llamativos, ya a principios de la película, es el del personaje del general Narses (Michael Dunn).
La característica más llamativa de esta figura histórica es que era un eunuco, una persona castrada. Quizás porque mostrar la castración de forma fílmica no acaba de cuajar, se resolvió caracterizar al personaje mediante un actor con enanismo, de forma que fuese más visual su “peculiaridad”. Por otro lado, no es el juego político oriental el que motiva la entrada imperial en Occidente mediante la Renovatio Imperii, sino la intervención de la nobleza romana, ansiosa por deshacerse del yugo bárbaro (con romanos de Roma que parecen sacados de los mismísimos tiempos de César).
Una Teodora retratada tal y como se la venía retratando hasta el momento, con todavía más carne para los espectadores de la época (pues su desnudo causó furor en los cines), acaba dominando el tablero. Justiniano, en este caso, es un ser apático, más preocupado por sus códigos de leyes y por la erección de iglesias: en más de una secuencia se le puede observar sosteniendo planos de templos como el de Santa Sofía. Y, cómo no, a la hora de realizar una película sobre el exótico Oriente, de nuevo aparece la danza del vientre como entretenimiento, que tanto cautivaba a los occidentales de la época.
Las panoplias de los soldados siguen sonando más a cualquier cosa que a bizantinos, casi pareciendo propias de los albores de la Roma republicana. Sí se puede indicar sin ningún temor a errores que la pareja imperial está muy basada estéticamente en los mosaicos de San Vital de Rávena, de cuyas paredes podemos ver una joyería completamente calcada y bien trabajada.
Cambiamos de ubicación, nos toca viajar a Arabia. Vamos a hablar de Mahoma, el mensajero de Dios (1976), del director sirio Moustapha Akkad. Ya no se está con Teodora o Justiniano, sino en los desiertos y ciudades de la Península Arábiga. Y no se tiene a ningún romano como protagonista, sino a un árabe, Mahoma, aunque su “actuación” es curiosa cuanto menos ya que al no poder representárselo, adquirimos su punto de vista cuando aparece.
Esta película, de una época en que Libia podía crear obras reconocidas como ésta (pues ahí encontró Akkad financiación), aborda los episodios históricos de la Hégira (la migración forzosa de Mahoma y sus seguidores a Yatrib, en el 622) y la posterior toma de Meca por parte del profeta (630). Destaca el detalle puesto en los decorados de sus ciudades, construidas exprofeso, o en los métodos usados para que la figura de Mahoma no se viese ni oyese en ningún momento (ya que la película está aprobada coránicamente, adoptamos su perspectiva cuando aparece en acción).
La parte que concierne al público bizantino es, en cambio, la más inicial (cual flash forward). La película da comienzo recordando un pasaje mítico muy memorable de la historia islámica, y es el envío de varias cartas por parte de Mahoma tratando de convencer a sus receptores para convertirse a la nueva fe revelada. Éstos fueron muchos, principalmente dirigentes de estados vecinos, aunque nos destacan tres en esta película, el emperador Heraclio, el sahansah Cosroes II de Persia, y el patriarca Ciro de Alejandría (al que las fuentes árabes suelen llamar Al-Muqawqis). Del patriarca destaca cómicamente cómo aparece representado junto a unas cortinas mal puestas y símbolos del Egipto antiguo, mientras el de los dos mandatarios tiene más miga.
Según cuenta esta historia mítica, el destino de los dos imperios se decidió al recibirse esta carta. Cosroes II (cuya corona se ve suspendida en el aire de fondo) despreció el mensaje, rompiendo la carta ante sí. Fue entonces cuando selló el final del Imperio Sasánida, que acabó por ser conquistado décadas más tarde sumido en guerras internas. El emperador Heraclio, en cambio, fue más cauteloso. Aceptó la carta y, según cuentan los cronistas musulmanes, creyó en las palabras del mensajero, pero no se convirtió por miedo a la reacción de sus congéneres. Fue esa la razón por la que el Imperio Romano no cayó ante los árabes de forma inicial, y es por ello que Heraclio fue un personaje apreciado incluso dentro del Islam, al considerarlo un gobernante sabio y pío (Conrad, 2022: 123).
Evidentemente todo esto es mitología, aunque con ciertas razones de fondo, pero no deja de ser curioso lo bien que funciona dramáticamente. Otra cuestión es que a Heraclio (emperador con una extensa y cuidada barba) lo representen como un calco del imberbe Justiniano de San Vital o que sus soldados vuelvan a llevarnos a la risa por una muy mala caracterización. Por lo demás, excelente representación de la escena de la entrega de la carta.
Acercándonos al final, nombraremos Aszparuh (1981), una película creada en Bulgaria bajo la dirección de Ludmil Staikov, con afán nacionalista. La cinta sigue de cerca la historia del primer Imperio Búlgaro, desde casi su nacimiento hasta su punto álgido, con una comitiva romana como el centro de nuestra atención en los primeros momentos. Un detalle importante que mencionar es que dura la friolera de cinco horas y veintitrés minutos, dividida en varias partes. El vestuario es bastante gracioso, con túnicas de plástico descoloridas por todos lados, soldados romanos recién salidos de la semana santa de Sevilla, y cortinas de baño para dar majestuosidad a la escena cuando el dinero para decorados no abunda en exceso. La trama en sí no tiene mucho misterio, trata de las grandes gestas del pueblo búlgaro antes de su conversión al cristianismo.
Como ejemplo del tono y profundidad a la que pretende llegar la película vemos las palabras del emisario bizantino al acercarse a la capital búlgara:
“Lo que me sorprendió en la capital de la Gran Bulgaria fue la piedra, como si los búlgaros llevasen un sentido de la eternidad en sí mismos”
Como última mención breve dentro de los clásicos, queda comentar el caso de la reconocida Gaslight (1944), de George Cukor. De ésta película se fraguó el término gaslightning, que significa manipular a una víctima para que dude de sí misma y su percepción de la realidad. La trama gira en torno a un matrimonio, un hombre manipulador (Charles Boyer) y una mujer insegura (Ingrid Bergmann) a la que se intenta convencer de su locura, con un antiguo asesinato y un robo fallido como telón de fondo. Sin desvelar cómo se llega hasta el final, cabe mencionar que el centro de la película acaba por girar en torno a un precioso vestido, inspirado posiblemente en el que portase una emperatriz a la que ya conocemos, Teodora. Es un detalle, pero todo bizantinista que vea esta cinta clásica acabará sonriendo con la casualidad.
Otras películas clásicas que pueden venirnos a la cabeza a la hora de hablar de cine bizantino son los casos de Simón del Desierto (1965) del turolense Luis Buñuel, donde retrata la vida de este monje estilita, que se pasó buena parte de su vida meditando sobre una columna. O la reconocida Ivan Rubliov (1966) del ruso Tarkovsky, en la que no sólo se aprecia el arte cristiano ortodoxo sino que llega a aparecer el artista bizantino Teófanes el Griego. Aunque temporal o geográficamente ya se aparten del ámbito medieval-bizantino de este artículo, son dos grandes piezas que merece la pena revisionar, respectivamente de cuarenta minutos y de tres horas.
Cine Turco
En un siguiente paso nos vamos a acercar a Turquía, donde veremos algunos ejemplos de las películas y series que han dado al mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Aunque el tema atrajese enormemente la atención de su época, no sólo de Teodora y Justiniano se hicieron películas con bizantinos como protagonistas. De hecho, su primera película narró la captura de Constantinopla por parte otomana. Hablamos de Istanbul’un Fethi (1951), de Aydin Arakon, creada a sólo dos años de su 500 aniversario. Lo que se desembolsó en la película fue enorme para el país, unas 95.000 liras, contribuyendo estado y ejército para producir una cinta dramática de hora y veinte.
La película narra, de forma extensa y trágica, la toma de Constantinopla tras su asedio, con los estereotipos clásicos de los bizantinos. Si estos estereotipos se veían con gran credibilidad en Occidente, no es demasiado extraño que también ocurra en una película turca, más cuando el nacionalismo local tiene la conquista protagonista del film como uno de sus grandes mitos fundacionales. Todo finaliza de forma victoriosa con el justo sultán Mehmed II tomando la casi invencible plaza de Constantinopla. Es la época que es, pero sigue siendo muy gracioso el ver vestuarios dignos de despedida de soltero en los bizantinos de la cinta.
Su secuela espiritual fue Fetih 1453 (2012), del director Faruk Aksoy. Este tipo de largometrajes acostumbra a distorsionar, como es previsible, la realidad histórica para ensalzar la gesta turca de conquistar la capital imperial. Sin duda de por sí la conquista era complicada, hay que recordar que la ciudad se encontraba en una posición privilegiada y con unas fortificaciones asombrosas, pero en ella vivía ya solo una décima parte de la gente que solía, el dinero para mantener sus murallas era limitado, y las tropas profesionales apenas formaban una fracción del total de sus defensas.
De este modo, y conociendo el contexto de la época en el que la urbe estaba totalmente rodeada y sin vistas a un cambio radical de la situación, podría decirse que su conquista era cuestión de tiempo. Sin embargo, a lo largo de esta película vemos en todo momento una Constantinopla que parece recién sacada del s. VI justinianeo (con recreaciones 3D dignas de Byzantium1200); grandes salones engalanados con el último grito artístico (con alguna que otra águila repartida por el set para recordarnos que se supone que se ve a bizantinos en esta película y no a italianos), el circo de la ciudad bien mantenido con un aforo completo, y unos vestuarios “curiosos” cuanto menos por su mala elección.
En las películas medievales que tratan acontecimientos de Occidente (o ambientadas en un mundo parecido) no es que haya una recreación del vestuario histórico correcto mucho mayor, pero al menos sus soldados no son tan ridículos a la vista. Por su lado, el emperador lleva una réplica de segunda de la corona del Sacro Imperio alemán (como con la que Durero representó a Carlomagno en 1511), basada esta en la bizantina, aunque se nota que está hecha de plástico. Tampoco, por otro lado, hubo presupuesto para que los pergaminos no fuesen sino rollos de papel mal dibujados por algún figurante. La representación de los romanos cumple expectativas con sus estereotipos; vemos a unos valientes turcos tomando la ciudad a pobres bizantinos dirigidos por gobernantes indolentes, no hay mucho más.
Más recientemente destaca la serie documental de Rise of Empires: Ottoman (2020), con la dirección y guion del turco-americano Emre Sahin. Ya en su momento levantó una enorme expectación por varios factores. Un primero es su longitud, de seis capítulos de una hora cada uno, o su formato, en el que se intercalaban comentarios de expertos con la dramatización de los hechos. En cuestión de vestuario habría bastante miga. Los ropajes del emperador son aproximadamente acertados. Aún en sus últimos momentos, es cierto que el ceremonial bizantino fue bastante rico y pomposo, y eso queda bien reflejado en la serie. Los turcos están muy bien trabajados estéticamente, y los soldados genoveses que vinieron a socorrer la ciudad también están cuidados. Donde hay fallos, y no precisamente pequeños, es en la representación de los soldados bizantinos, cuyo vestuario parece hecho con recortables de plástico en el mejor de los casos.
No peca de dejar a los bizantinos como si fuesen el rival del siglo, al contrario que la anterior película comentada, pero por motivos obvios la dramatización de los hechos se decanta más hacia cierto bando. Históricamente hablando no había mucho de lo que desviarse, ni tampoco hacen nada demasiado novedoso ya que, simplemente, narran la toma de la ciudad imperial y sus precedentes. Otras cuestiones internas sí le restan seriedad.
Un ejemplo de ello es comentar que lo primero que dice la serie en su introducción es “23 ejércitos trataron antes de tomar la legendaria ciudad. Todos fallaron”. A poco que uno se ponga a contar podrá saber que, de hecho, más si numeramos las guerras civiles, Constantinopla ha sido tomada en unas cuantas ocasiones, no precisamente pocas. Ahí ya vemos un poco el tono del documental, queriendo añadir epicidad a esa gesta y centrándose en una serie de “figuras clave”, como el sultán Mehmed, el emperador Constantino, y sus subalternos. Luego ya vienen detalles como recreaciones inexactas, como es el caso de las murallas. La serie puede ver y disfrutar, pero con cautela.
Fantasía
Dentro de la fantasía se puede incluir todo tipo de obras, desde las novelas históricas a ciencia ficción, pasando por readaptaciones de mitos antiguos. De entre estas producciones destacan varias de las grandes películas y trilogías de las últimas décadas. Comenzamos con Star Wars: Episodio I La amenaza Fantasma (1999), del conocido universo de George Lucas. En este se transporta al espectador hasta el planeta Naboo, lugar habitado por diferentes razas alienígenas, una de las cuales es la humana, cuya capital se encuentra en la ciudad de Theed. Ahí Padmé Amidala (Natalie Portman) se encuentra como reina del lugar, dando pie a varias de las escenas de la cinta, en las que vemos tanto la ciudad como a parte de sus gentes. Esta película se encuentra como la primera de la segunda trilogía, en la que comienza toda la acción que origina esta saga espacial tan conocida.
Durante las escenas en las que se ve Theed puede admirarse una urbe enormemente influenciada por la arquitectura bizantina, con especial énfasis en las cúpulas de iglesias ortodoxas típicas. Alrededor de la ciudad en la película también se ven elementos como el tono azul verdoso de los tejados, como el de Santa Sofía, o arcos triunfales en sus calles, de clara inspiración romana. La ciudad en sí es muy ecléctica, con gran mezcolanza de estilos, como el barroco español (fruto de sus grabaciones en la Plaza de España de Sevilla), italiano, la arquitectura bizantina, etc.
Por no hablar de sus pobladores, entre cuyas ropas se ven combinaciones de estilo japonés, como es el caso del traje ceremonial de la reina, o incluso romano, con reminiscencias a la Teodora de San Vital. Los miembros de la alianza, por otro lado, suelen portar túnicas y ropajes que recuerdan a los mercaderes venecianos, que seguían la moda bizantina. Al menos argumentalmente hablando no están en decadencia ni nada por el estilo, cosa que se agradece.
A la hora de verse a los bizantinos dentro de películas de renombre, no podía faltar el caso de aquellas basadas en las novelas de Tolkien, El Señor de los Anillos (2001 – 3), dirigidas con gran éxito por Peter Jackson. En este caso nos interesa particularmente una civilización humana, de las muchas que ese mundo puede ofrecer al espectador y lector, se trata de Gondor. El Gondor en sí que vemos en el cine estéticamente sólo nos da un “aire” de recuerdo a lo bizantino, como sucedía con Simbad el Marino. Hay ciertos elementos, como un palacio de planta basilical que nos da alguna pista, pero no demasiado más. Es una civilización estéticamente muy mixta, con gran influencia del renacimiento italiano.
Donde más destaca esta gente en su inspiración bizantina es en su historia (con su toque decimonónico, por supuesto). Vemos a un pueblo cuyos orígenes culturales están lejos, en una tierra ya perdida (en una antigua isla llamada Númenor, ahora bajo las aguas del mar), consciente de su legado, pero abocada a una alargada decadencia. El reino se encuentra compuesto por grandes ciudades, pero la mayoría de ellas viven un largo abandono o incluso están ya en manos enemigas.
Su capital, Minas Tirith, posee grandes murallas contra las que fuerzas aparentemente imparables no paran de arremeter hasta la que parece ser la última gran batalla. Aunque con el resultado de ese gran choque sí hay diferencias entre la realidad y la ficción. Por no comentar detalles tan claramente inspirados como el de las almenaras con las que piden auxilio a Rohan. Éstas se basan en un sistema similar ideado en el Imperio para comunicar una esquina de Anatolia con Constantinopla, efectivamente usado durante el s.IX (Pattenden, 1983).
En la misma línea está la serie-precuela El Señor de los Anillos: los Anillos del Poder (2022), con la dirección de Patrick McKay, John D. Payne, el español J. A. Bayona, Wayne Yip, y Charlotte Brändström. Antes comentábamos cierta semejanza estética con el mundo bizantino, en este caso hay influencia directa. La capital de la isla Númenor, estado humano insular avanzadísimo en comparación con sus vecinos, posee referencias claras que marcan su inspiración. Los edificios que la componen tienen un estilo marcadamente “griego”, en el término más amplio posible, desde lo más micénico y minoico (con las casas de la ciudad imitando su forma), hasta lo bizantino, pasando por frisos propiamente griegos clásicos. El palacio real es directamente una representación de Santa Sofía de Constantinopla, y a su lado se ven acueductos surcando la ciudad, dromones, e incluso a lo lejos se distingue sin problemas un circo de carreras.
Sus gentes visten, en muchos casos, con una moda parecida a la tardo-romana, con soldados que a veces recuerdan lejanamente a la armadura laminar, aunque ya con muchas influencias externas. La representación y diseño de estas gentes es bonita y pintoresca, aunque su cercanísima destrucción por ser una cultura decadente y que ha abandonado sus viejas costumbres delata el momento de su elaboración por parte de Tolkien (principios del siglo pasado).
Alejándonos de mundos alternativos, pero con fantasía de todas formas, está la película española Tirant lo Blanc (2006), de Vicente Aranda, aunque tampoco mejora precisamente el listón. En este caso se trata de una obra cuyo protagonista homónimo está basado en gran medida en la figura histórica de Roger de Flor, el líder italiano de los almogávares ya mencionados en Despertaferro (que también aparecen en la película). En otras cintas uno podía estar tranquilo al menos durante los créditos, pero en ésta ya te sorprenden con unos fondos de Constantinopla que, en el mejor de los casos, son exagerados y, en el peor, tremendamente anacrónicos. El problema es que te muestran un decorado representando la ciudad, pero con el característico fuerte otomano Rumeli Hisari (s.XV) integrado en ella.
Los vestuarios y ropas tanto de soldados como de las gentes del lugar que se muestran en la cinta parecen sacados de la tienda más hortera imaginable, con combinaciones que parecen casi pieles de leopardo estampadas. También ocurre que de vez en cuando sitúan la escena de la película en una iglesia ortodoxa real pero, en el resto de situaciones, para “convencer” al espectador de que realmente están en Constantinopla, ponen mucha bandera que lo explicite, ya que de lo contrario no resulta apenas creíble. La película se resume fácilmente con un héroe épico que viene a salvar el día, acaba con los malos, se enamora y se enfrenta al sultán enemigo.
La Última Legión (2007), de Doug Lefler. La trama de esta película es tan loca como fantástica, lo cual la hace perfectamente disfrutable si se quiere ver una cosa entretenida, basada en la novela homónima de Valerio Massimo Manfredi (2002). Nos encontramos en tiempos del emperador Rómulo Augústulo (475 – 476), y todos los que los rodean parecen sacados del s.I (vestidos de carnaval, para que no se pierda la costumbre), mientras que los bárbaros ostrogodos que se apoderaron de la península en la época son malos malísimos sacados de la Germania del historiador Tácito (ss. I-II). Los malvados bárbaros deponen al niño-emperador, y un valiente grupo de soldados romanos lo llevará hasta Britania, donde la legión ahí dormida renacerá para coronarlo, descubriéndose como el rey Arturo.
Ahora bien ¿dónde están pues los “bizantinos”? Más allá de vestuarios occidentales ridículos y una trama rocambolesca, tenemos a algunos “orientales” en escena. En un momento dado aparece una delegación del Imperio “Bizantino” en Roma para ver a Odoacro y, cómo no, sus componentes son un cliché andante con una sombra de ojos exageradísima. Una de sus soldados (pues sólo el embajador es hombre) se unirá al equipo que debe proteger al augusto depuesto camino al norte, revelándose como una auténtica ninja con una indumentaria que es bizantina porque eso te han dicho, que perfectamente podría confundirse por persa o árabe. Todo reside en echarle imaginación. Al final, como en toda película de este estilo, ganan los buenos.
Películas de Vikingos
Tema y sección que, por otro lado, no podía faltar bajo ningún concepto. La historia de estos nórdicos con el Imperio de los Romanos se desarrolló casi ininterrumpida desde el s. IX, cuando hicieron aparición ante las puertas de la ciudad imperial. A partir de ese momento su contacto fue estrechándose, con continuas alianzas y enfrentamientos. Como en casos anteriores, nos preguntamos ¿Se habrá hecho una buena adaptación de los vikingos en el contexto bizantino? La duda razonable no hace más que volar a nuestro alrededor, y con motivos más que fundados. Estos afamados piratas norteños surcaron el Mediterráneo entero buscando botín, así que las oportunidades de una buena adaptación abundan.
Un caso interesante es el de la película rusa Viking (2016), de Andrey Kravchuk. Nuevamente, se trata de una cinta en la que el personaje principal es Vladimir de Kiev. El argumento gira en torno a los momentos en los que consolidó su poder y llegó a su cúspide en vida. Los bizantinos están permanentemente alrededor, con una bonita escena donde se recrea el momento en que Vladimir conoció a la familia real imperial a través de un grabado. En la imagen podemos notar, bastante, que la armadura del oficial bizantino que está en primer plano en esta escena ha sido más trabajada y adornada. No por nada, sino porque las del resto de soldados lucen de un plástico malo, con unos cascos totalmente anacrónicos.
La película hace gala de efectos especiales en algunas ocasiones horrendos, en otras muy cuidados, como cuando se recrea la antigua ciudad de Quersón (urbe que han exagerado en tamaño en la película). Toda esta cinta en sí es ciertamente complicada de ver debido a unas actuaciones forzadas o personajes con los que no acabas de empatizar, pero tiene momentos bonitos e interesantes a su alrededor.
La diferencia entre Viking y otras producciones que tratan a estos simpáticos norteños es que al menos en esta última intentan imitar a los bizantinos con sus trajes (aunque sea con escasos fondos), y recrean sus ciudades aproximadamente. Diferente es el caso del episodio 4º de la temporada 5º de la serie Vikings, titulado “El Plan”, y dirigido por Steve Saint Leger. Por dar algo de contexto al capítulo que se sitúa en Sicilia, el almirante bizantino Eufemio (s. IX) se rebeló para autoproclamarse emperador, permitiendo la entrada de algunos musulmanes a la isla como mercenarios, siendo luego asesinado por imperiales debido al fracaso de su intentona.
La historia de nuestro protagonista, Bjorn Puño de Hierro, comienza en este capítulo cuando se adentra en el Mediterráneo en busca de saqueo y gloria. Ya le advierten de que “ya no existe el Imperio Romano” (recordemos, s. IX). Este acaba buscando fama y saqueo en la Sicilia de Eufemio, cuya fortaleza parece un escenario sacado del mismísimo Sáhara con desiertos rodeándola. Todo empeora cuando el único bizantino representado, Eufemio, es casi una parodia, con los propios soldados árabes de la fortaleza (personajes también estereotipados) lo tildan de pelele. La recreación de este capítulo (sin duda no de sus mejores) está toda mal por su ambientación y caracterización, dejando aparte temas argumentales.
Pero ¿Qué buena serie no tiene su secuela mucho menos exitosa? Vikings no iba a ser menos, de ahí que surgiese por 2020 la secuela llamada Valhalla (que junto a Vikings y Ragnarök son los únicos nombres que parecen existir para estas temáticas de vikingos), de los creadores Michael Hirst y Jeb Stuart. Por el momento en el que nos encontramos, los capítulos en los que estas nuevas generaciones de vikingos entrarán de lleno en Constantinopla están al caer, pero lo que se ha visto promete (al menos para echarnos unas risas). De por sí las pocas imágenes de lejos que se han dado de Constantinopla son panorámicas actuales con algún que otro efecto de baja calidad, mientras que la perla a todo esto son sus Varegos.
La guardia Varega fue compuesta, históricamente, por soldados a sueldo imperial reclutados de la estepa rusa, los países nórdicos, e incluso las islas británicas. Eran tropas de élite, pensadas como tropa de choque o, en muchas ocasiones, como la protección más directa del emperador, cuyas andanzas comenzaron a darse a finales del s. X con Basilio II. Su indumentaria varió mucho según su origen, o la época en que nos encontrásemos, siendo clásica la armadura de escamas. ¿Se ve algo así en esta serie? Toca esperar sentados, ya que el esperpento está siempre cerca. En los pocos fotogramas del rodaje que se han podido ver se nos muestra a “varegos” tatuadísimos con una armadura romana estereotipada sacada del mismísimo Augusto. Los vikingos no nos dan más que disgustos.
Esta revisión de películas y series puede parecer incluso “breve”, pero irónicamente se cuentan con las manos las obras adicionales tratando a esta cultura injustamente olvidada por el séptimo arte. Se combinan gran cantidad de factores en su trato, como son un casi total desconocimiento, un exotismo desmedido, directa manipulación, o la intención de alimentar el estereotipo (que gusta y vende), sin atender demasiado a cierta veracidad histórica. Con todo eso, nunca se ha llegado a explotar fílmicamente su histórica (y su milenio de existencia) de una forma decente, más allá de ciertos estudios como es el caso de Cortés Arrese (2019) en su libro Vidas de cine. Bizancio ante la cámara. El futuro da pie a muchas cosas, y no es algo descartable que algún pionero adapte bien a esta civilización, así que hay que confiar en que el interés por ella remonte, y con ello su representación.
Artículo publicado a su vez en el Boletín nº 42 de la Sociedad Española de Bizantinística.
Bibliografía
– Bolea Robres, Chusé (2014). Almogávares en Bizancio. Súbditos de Aragón, vasallos de nadie. Desperta Ferro. N. 22, pp. 44-52.
– Conrad, L. (2022). Heraclius in Early Islamic Kerygma. The Reign of Heraclius (610-640). Crisis and Confrontation. Ed. Reinink, G., Stolte, B. Rijksuniversiteit te Groningen, Netherlands. Pp.113-125.
– Cortés, M. (2019). Vidas de Cine. Bizancio ante la cámara. Madrid, Catarada.
– Maiorov, Alexander (2015). The Alliance between Byzantium and Rus’ before the conquest of Constantinople by the crusaders in 1204. Russian History, V. 42, N. 3, pp. 272-303.
– Pattenden, P. (1983). The Byzantine Early Warning System. Byzantion. V. 53, N. 1, pp. 258-299.
– Signes, J. (1998). La Fundación de Asimov y el mundo antiguo. Corolla Complutensis. Homenaje a José S. Lasso de la Vega. Coord. Aguilar, R. Pp. 771-779.
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